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JUL
25
2022
TIS
Del modernismo a la modernidad, torre Collserola cumple 30 años
“La Ville de … Barcelona”, dijo el entonces presidente del Comité Olímpico Internacional, Juan Antonio Samaranch en la localidad suiza de Lausana. Aquellas palabras pronunciadas el 17 de octubre de 1986 poco después del mediodía cambiarían para siempre la Ciudad Condal y la convertirían en una de las urbes más visitadas del mundo.
Mucho más allá de la relevancia deportiva, la designación de Barcelona como sede de las Olimpiadas de 1992 propició una revolución política, social y económica que demostró al mundo las capacidades de un país que, no hacía tanto, había superado con éxito una difícil transición.
Para la “Ciudad de las Maravillas” el sueño de celebrar los juegos supuso una de las regeneraciones urbanísticas más importantes de la historia reciente en Europa. Barcelona aprovechó la oportunidad para mejorar sus infraestructuras y reconstruir buena parte de la ciudad con una visión futurista que permitió combinar señas tan identitarias como el modernismo de Gaudí con unas instalaciones vanguardistas que la han convertido en una de las ciudades más cosmopolitas y modernas del Continente.
Uno de los emblemas de esta transformación fue la Torre de Collserola, un gigante de las telecomunicaciones a 445 metros sobre el nivel del mar en la ladera del Tibidabo que venía a atender una de las principales demandas del evento: repartir las señales de radio y televisión a centenares de medios en todo el mundo y a miles de millones de hogares con la tecnología audiovisual más puntera del momento. De paso, se pudo despejar de decenas de mástiles, antenas de radio y televisión y torretas que afeaban el paisaje del singular parque periurbano.
Y es que los JJOO de Barcelona revolucionaron también el mundo de la televisión.
La ceremonia inaugural más vista de unos Juegos Olímpicos convocó en todo el mundo a más de 2.000 millones de espectadores marcando un nuevo récord histórico y poniendo a prueba las redes de difusión en aquel histórico 25 de julio en el que Barcelona se convirtió en el centro del mundo.
No se trataba solo de la infraestructura de comunicaciones y radiodifusión más moderna de Europa hasta el momento. Las autoridades querían combinar los retos operativos con un diseño que convirtiese la infraestructura en un emblema tecnológico y arquitectónico de la ciudad.
El arquitecto británico Norman Foster se hizo con el proyecto en una convocatoria pública que valoró la adaptación de la enorme construcción, la más alta de Barcelona, al paisaje único de la Colina de Vilana, en la Sierra de Collserola.
“El diseño de Norman Foster nos sorprendió muchísimo, ya que contenía elementos absolutamente inauditos en este tipo de instalaciones. Una parte importante del equipamiento se alojaba abajo, en un edificio anexo a la torre. Había también plataformas triangulares para las antenas que, a priori, presentaban cierto desafío tecnológico”, explica en una entrevista con Trends Jordi Arandes, Subdirector General de Cellnex España.
El gestor de infraestructuras de telecomunicaciones es el principal accionista de la sociedad que gestiona la instalación con un 42 por ciento del capital, acompañado por Telefónica, el Centre de Telecomunicacions i Tecnologies de la Informació (CTTI) de la Generalitat de Catalunya y el Ayuntamiento de Barcelona a través de la AMB (Àrea Metropolitana de Barcelona).
El ingeniero, que lleva vinculado a la torre desde su planteamiento inicial, visita regularmente el tótem arquitectónico desde hace 30 años. “Es mi segundo hogar”, reconoce sobre una edificación con medidas de seguridad casi militares por el carácter estratégico del servicio que presta. “Gracias a las medidas de seguridad de la torre a todos los niveles (eléctrico, de acceso,…) la continuidad de los servicios que se prestan de difusión de radio, televisión, etc. es excepcional desde el estreno en 1992”.
Un edificio auxiliar semi enterrado al pie del gigante alberga un complejo entramado de recepción de señales garantizado por un sistema energético a prueba de fallos. Desde ahí se transmiten las señales a través de kilómetros de cables coaxiales hasta la legión de antenas y radioenlaces situadas en la corona exterior de la torre de hormigón armado de 288 metros de altura.
La torre está arriostrada por tres tirantes superiores de cables de kevlar que se anclan a un fuste enganchado a un segundo sistema de tirantes de acero de alta resistencia, amarrados al suelo para soportar un peso de 3.500 toneladas e impedir una oscilación excesiva del titán y aseguran la precisión de la señal que transmiten las antenas de radiodifusión.
“El proyecto que soñó Foster se vio completado por el ingeniero Ramón Pedrerol, que incluyó mejoras en los anclajes y tensores y modificó elementos estructurales del diseño original para garantizar su buen funcionamiento y fiabilidad”, explica Arandes tras señalar que, en días de mucho viento, la sensación de fragilidad humana y al mismo tiempo el valor de la ciencia arquitectónica se ponen de manifiesto en lo alto del coloso y se cancela el servicio del ascensor. “En días de mucho viento la sensación de entereza de la instalación es bestial. No menos que la de mareo al subir o bajar las escaleras que caracolean el mástil”.
Durante varios años se celebraba una prueba deportiva consistente en una cronoescalada por los 712 peldaños de la escalera exterior que recorre los 116 metros de altura entre la base de la torre y el mirador público situado en la planta décima que regala una vista panorámica única que, en días despejados, puede alcanzar los 70 kilómetros de distancia. Y en ciertos días del año incluso se puede llegar a ver la sierra de Tramuntana mallorquina.
La instalación, apodada por algunos como la “jeringuilla” por la similitud de su estructura terminada por un largo mástil con antenas telescópicas en forma de aguja, se ha adaptado constantemente a lo largo de estos últimos años a las necesidades digitales y garantiza hoy en día el funcionamiento de redes móviles de alta seguridad, señal de televisión y radio analógica y digital a Barcelona y comarcas limítrofes gracias a la cobertura radioeléctrica que otorga tan privilegiada ubicación.
Jordi Arandes, que vivió con emoción desde el inicio las emisiones analógicas de televisión y su posterior “apagón tecnológico” con la transición a la televisión digital, ve claro que la instalación seguirá siendo algo más que un emblema del skyline de la ciudad en el futuro.
“Incuestionablemente, mantendrá su valor simbólico casi como la Sagrada Familia. Es posible que los servicios de la torre cambien con el tiempo desde la televisión actual a la Ultra Alta Definición UHD y a más servicios y más avanzados de radio digital. Las tecnologías inalámbricas seguirán siendo fundamentales, las comunicaciones por radio seguirán presentes como elemento de comunicación. Pero una instalación como ésta, desde su situación privilegiada, seguirá encontrando nuevas funcionalidades. Por ejemplo, el centro tiene unas posibilidades enormes para ser utilizado como Data Center”.
Carlos Ruano